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martes, 31 de julio de 2012

Capítulo 5.



-¿Así que se trata del dinero?
-¿Eh?- preguntó Natalia, sin entender nada.
-Tú me quieres denunciar, ¿Por la indemnización?- preguntó él, también confuso.
-¡Pues claro!- chilló Natalia exasperada.- ¿Por qué va a ser si no?
-Pues... -dijo inseguro Raúl.- Por joderme.
Natalia no puedo hacer otra cosa que reír.
-Eso aparte. Lo primero es mi coche, luego puede encontrar otras maneras para molestarte.
-Si solo se trata del dinero, yo te lo pago, a cambio de que no me denuncies. Una denuncia es lo que menos me conviene ahora.
-¿Porqué?- preguntó Natalia divertida.- ¿Acaso tienes problemas con la autoridad?- Pero él se puso tensó, y no pareció tomárselo tan a broma como se lo estaba tomando Natalia.
-Bueno, -interrumpió Pablo.- a mí me encantaría quedarme aquí toda la noche, pero tengo cosas que hacer. Paga de una puta vez, cabrón.
Raúl abrió su cartera, y Natalia se fijó en todo el dinero que había dentro. Se preguntó de donde coño lo habría sacado. En su vida había visto tanto dinero junto. Sacó un billete de veinte y se lo entregó.
-Quédate con el cambio- Natalia no se lo podía creer. Eso sólo ocurría en las películas. ¿Como iba a pagar una cerveza de 3 euros con un billete de veinte? Raúl rió y la guiñó un ojo. Natalia seguía sorprendida.- Mañana te traigo al dinero aquí mismo.
Y así los dos amigos salieron por la puerta.

Noche, cerrada, oscura. No hay luna. Una chica viaja hacia el sur de la ciudad en un coche sin ventana trasera. Sale del centro, hacia el extrarradio. En 10 minutos, llega a su barrio. Edificios viejos llenan la zona. Las pintadas y graffitis, cubren casi todas las paredes de la zona. Cuando se detiene en un semáforo en rojo, mira por la ventana. Mendigos durmiendo en los escaparates de las tiendas, borrachos tambaleándose. Arranca en cuanto el semáforo se pone en verde. Por fin llega a su edificio. Lo bordea y aparca en coche en la parte trasera del edificio. Por allí no suele pasar nadie,por lo su coche está seguro allí. Todavía están por el suelo los cristales de su ventana. Esa que rompió un maleducado con un pedrusco, sin razón. Los esquiva y se dirige a la escalerilla de incendios. Sube por ella, hasta llegar a su ventana, la abre y se mete, entrando en su habitación.
-Papá, ya estoy en casa.- Anuncia. Sale de su cuarto y llega por el estrecho pasillo al pequeño salón. En el sofá, está su padre, dormido, con la televisión encendida y una botella de whisky barato medio vacía sobre la mesa.
-Joder,- maldice- otra vez no.- Coge el mando y apaga la tele. Su padre, el pobre hombre. No pudo superar que su madre los abandonara. Natalia no le quiere mover. Le podría despertar. Coge la botella, apaga las luces del salón y vuelve a su habitación. Una vez dentro, se bebe el resto de la botella. Sabe que eso la ayudará a dormirse.

lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo 4.

-Sara, tienes que ir ahí y sentarte con ellos dos- dijo Natalia, señalando a los dos chicos.
-Joder, Nat, ¿Porqué yo?- preguntó Sara.
-Porque Pablo ha preguntado por tí.
-¿Enserio ?-Preguntó, claramente más interesada.
-Pues claro, y no te levantes hasta averiguar el nombre completo de Raúl.- Natalia la empujó hacia la mesa. Observó como Sara se presentaba y se sentaba al lado de Pablo. Sirvió un plato con aceitunas y se las llevó.
-¿Todo bien?-preguntó.
-Perfecto- respondió Raúl, mirándola con una sonrisa en los labios. "No te reirás tanto cuando te llegue la denuncia y me tengas que pagar" pensó ella, respondiéndole a la sonrisa falsamente. Volvió a la barra y se quedó fregando vasos. Con la poca gente que había hoy, no tendría nada que hacer en un buen rato.
Quince minutos más tarde, había servido dos cervezas y cobrado la cuenta a la pareja. No lo soportaba más. Cada dos minutos, se oía la risa de Sara. Natalia levantaba la mirada del fregadero para verla a ella riendo y ligando con Pablo. Raúl también se reía. Deseaba que Sara levantara el culo de la silla y volviera con ella. Pero no lo hacía. Pensó que ya era hora de sacarla de ahí. Se acercó a la mesa.
-¿Os pongo algo más?- peguntó.
-Nada, gracias. -dijo Pablo, pero en vez de mirarla a ella, no quitaba los ojos de Sara. Y Sara tampoco la miraba, así que no podía hacerle señas para que fuera con ella. Optó por las indirectas.
-Sara,-dijo lentamente para que ella lo pillara- no encuentro la lejía para fregar, ¿Me ayudas a encontrala?
-Está en la despensa- respondió ella, sin levantarse. Perfecto, no lo había cogido.
-¿Me acompañas?- y finalmente, lo entendió, se levantó de la silla y la acompañó lejos de la mesa.
-¿Y?-preguntó Natalia, impaciente.
-Nada.-respondió Sara -me dijo que sabía que tú me habías mandado sentarme con ellos para que le sacara su nombre.
-¿Y no te lo ha dicho?- preguntó, decepcionada.
-No.
-¡Camarera!- gritó Pablo. -La cuenta.
-Ya se la cobro yo, Sara. Se acercó a la mesa, con un plan en la cabeza. -¿Quién va a pagar?- Pablo señaló a Raúl, y Raúl levantó la mano, mientras sacaba la cartera de su bolsillo trasero. -Vale, pues necesito el Carnet de Identidad para cobrar.
Raúl rió.
-Deja de buscar maneras tontas para saber mi nombre.
-Y tú deja de ser tan idiota- respondió ella, sin paciencia ya.- No tengo dinero para pagar la ventanilla, tampoco tengo seguro en el coche, así que o me pagas o vamos a tener un problema.

sábado, 28 de julio de 2012

Capítulo 3



Ya llevaba más de un año trabajando en aquel local, y le seguía asqueando el sitio. Olor a cerveza por todas las esquinas, y tanto humo que había una constante niebla en el lugar. Cuando salía de trabajar, el pelo y la ropa la olían a tabaco. La única luz del local provenía de lámparas dispuestas en el techo, porque en aquel antro no había ni ventanas. Las mesas, las sillas y hasta la barra del bar, eran de madera. El suelo combinaba baldosas negras y blancas. Casi te veías en los años 60.
Natalia andaba limpiando una mesa con una bayeta. Ella se encargaba de atender las mesas, y por su parte, su amiga Sara, de la barra. No veía la hora de irse. Cada cinco minutos levantaba la vista al reloj de pared. Aquella noche, el bar no estaba muy ocupado, los tres o cuatro clientes de todas las noches, y una pareja que no habían visto nunca por el local. La campanilla de la puerta sonó, indicando que había entrado alguien. Se metió el paño de limpieza en el bolsillo y fue a atender a la mesa que se acababa de ocupar.
-Buenas noches. ¿Qué puedo servirle?- preguntó distraidamente mientras sacaba se sacaba un boli del escote, y la libreta del cinturón.
-Hola, Natalia- Levantó la vista para encontrarse con esos ojos castaños, que la miraban divertidos.
-Tú...-susurró ella. ¿Porqué ahora este tío estaba en todas partes?-¿Qué coño haces aquí? 
Él se rió.
-No me trates así, soy el cliente.
-Vale, pues dime qué te pongo.
-Una cerveza. 
Natalia se alejó, hacia la barra donde estaba Sara.
-Sara, está ahí.
-¿Quién?
-Pues el del coche.
-¿Donde?-preguntó su amiga mirando por encima del hombro de Natalia.-Ya le veo. ¿Qué quiere?
-Una cerveza.-Respondió Natalia. Sara cogió una jarra y la llenó con cerveza del grifo.
-¿Qué vas a hacer?
-Pues si no estuviese en horario de trabajo, arrancarle la cabeza. O mejor, torturarle hasta que me pague. 
-¡Raúl, tío!- Se oyó por detrás de Natalia. Las dos chicas observaron como Pablo, el chico que las había saludado esa mañana, se sentaba al lado de su amigo.
"Con que Raúl, ¿eh?"pensó Natalia.
-Nat, llévale la cerveza.-La distrajo Sara. Natalia se acercó a esa mesa con la jarra en la mano
-Aquí tienes.
-¡Hombre!-dijo Pablo- Si está aquí la amiguita de Raúl. 
-Cállate, tío.-protestó Raúl mientras agarraba la jarra de cerveza y bebía un sorbo- Ahora sabe mi nombre.
-Bueno, pero sin el apellido no te puede denunciar-río.-¿Donde está tu amiga? La rubia.
-¿Quién? ¿Sara?-preguntó incrédula
-No sé- dijo Pablo- Con la que estabas esta mañana. Y tráenos algo de comer. 
-Sara está en la barra, y no va a venir porque...- "Un momento", pensó. -Sara viene ahora mismo.-y con una sonrisa volvió con su amiga.

viernes, 27 de julio de 2012

Capítulo 2


Se giró para ver a una chica, bajita, no pasaría del 1,60. Pelo rojo, caoba creía que se llamaba ese color; teñido, claro, nadie tiene ese color natural. Se acercaba a su coche con paso rápido, y cuando vio la ventana rota, pegó un chillido.
-¿Qué coño has hecho?-gritaba -¿Estás loco?-
Se acercó a él y levantó la cabeza para mirarle a los ojos.
-¿Como te llamas?
Él no podía creerse que viniera con esa pregunta en ese momento
-¿Qué?- preguntó incrédulo
-¡Quiero saber como te llamas para ponerte tal denuncia que te arrepientas de haber nacido!- y según iba llegando al final de la frase levantaba más el tono de voz. Él pensó que era increíble como alguien tan pequeño podía gritar tanto. No podía hacer otra cosa que sonreír. Le hacía gracia como ella fruncía el ceño y le miraba como si en cualquier momento le fuera a arrancar la cabeza.
-¿Qué cojones está pasando?- preguntó un chico que salía del portal del edificio de casas. Se fijo como ella ponía los ojos en blanco y se giraba para chillarle.
-Cristian, no te importa, ¡lárgate ya a tu casa!
-¿Te ha roto el coche? ¿Pero de que vas, chaval?- preguntó el chico, acercándoseles.
-Cristian, que no te he pedido ayuda, ¡vete!
Y cuando ella se giraba para enfrentar de nuevo al tío que le había roto el coche, se encontró con él, metiéndose en su coche para largárse. Ella corrió a la ventana y la golpeó.
-¡Eh, tú! ¡SAL DE AHÍ!- pero él arrancó y la dejó atrás.-Joder, ¿qué hago yo ahora con mi coche?
-Nena, yo te puedo ayudar...-ella cortó a Cristian sin dejarle terminar.
-No, tu ya has hecho bastante por hoy, vete y déjame en paz.
-¿Me llamarás luego?
-No, lárgate.


Nuevo día, nueva mañana. Dos amigas en la ciudad, apoyadas en un edificio de oficinas, mientras miran un coche sin ventana, cubierto con un trozo de bolsa de basura.
-Y no voy ha tener ventana hasta que ahorre un poco, y con lo que me pagan en el bar, hasta dentro de un año no tendré suficiente.- dijo una de ellas mientras cogía un regaliz de la bolsa de chuches de la otra y le pegaba un mordisco.
-Bueno, Nat, por lo menos te aguanta con el plástico.- dijo la otra mientras mascaba chicle.
-¿Estás de coña? ¡Me podrían robar!
Sara se rió ante aquello.
-¿Qué te van a robar a ti?
-Pues la radio-contestó cruzándose de brazos.
-Pero si ya no roban radios-contestó su amiga entre risas-eso se lo robaban a mi madre. Por si no lo sabías, los coches de ahora vienen con radio incorporada.
-Cállate-contestó Natalia, también riéndose. Su coche era viejo, y la radio era de cintas, y de esas que se pueden sacar.
-Buenos días, señoritas-dijo un chico que pasaba por la calle.
-¡Tú!- gritó Natalia al reconocer al chico que acompañaba a que las saludó- Tú eres el de la ventana.
-El mismo.-contestó con una sonrisa en los labios. Natalia se acercó a él para partirle la cara, pero Sara se lo impidió agarrándola del brazo.
-Cabrón, voy a averiguar tu nombre y te vas a cagar. Te vas a ganar tal denuncia...
-Así no vas a conseguir nada-le interrumpió él. Natalia respiró dos veces antes de hablar.
-Está bien.-susurró- Buenos días, me llamo Natalia, ¿y tú?
-Yo Pablo.-dijo el amigo.
-Encantada- respondió Natalia-,pero quiero saber el nombre de tu amigo.
-¿No lo ibas a averiguar?-dijo con una sonrisa socarrona- Buena suerte. Hasta otra, Natalia.
Y los dos se alejaron andando, mientras Natalia se mordía la lengua por no ir detrás de él y darle una colleja.

jueves, 26 de julio de 2012

Capítulo 1



Habitación número 261. El silencio de aquella habitación sólo lo rompían el pequeño ventilador que tenían los tubos que la ayudaban a seguir respirando y el cardioscopio que marcaba sus latidos. Él la agarraba la mano inerte mientras le daba apretones. Su hermana. Su hermanita. La puerta se abrió, y pasó una enfermera de traje verde, como el que llevaba su hermana.
-Disculpe, se acabó el horario de visitas. 
Ni si quiera se giró para mirarla. Acarició la cara de su hermana con la mano libre, mientras se acercaba sus nudillos a los labios, a modo de despedida.
-Volveré mañana.-la susurró, e ignorando a la enfermera que espera a que se fuera dentro de la sala, se fue. Era el último en salir del hospital. No había nadie por los pasillos, ya era tarde para estar allí, solo se cruzó con una enfermera que llevaba unas bolsas con suero antes de salir.
Siempre que salía de visitar a su hermana se ponía de malhumor. En ese momento solo quería pegar a alguien, romperle la cara al imbécil que le hizo eso. "Como si eso no lo hubiese hecho ya", pensó. Pero aún así necesitaba un desahogo. Se montó en el coche y aceleró. Se saltó semáforos y pasos de cebra. Apretaba el volante con fuerza, con más fuerza con la que apretaba su mandíbula, si eso es posible. El sol se despedía por el oeste y las farolas se empezaron a encender. Él seguía corriendo con el coche, y según indicaba el velocímetro, pasaba los 160. Solo se detuvo, cuando las ganas de fumarse un cigarrillo pudieron con él. Se paró en frente de un edificio de casa viejas. Se apoyó en la puerta de su coche mientras observaba como el humo del cigarro bailaba hacia el cielo. Sentía rabia e impotencia. Su hermana, con sólo 16 putos años, y ya dependiendo de una máquina para vivir, y él no podía hacer nada para ayudarla. ¿Qué daría él en ese momento por verla sonreír? No podía aguantar más esa rabia. Se giró y lo vio. Un coche, un coche viejo ahí, sin dueño, y sabía que iba a desahogarse con él. Agarró un pedrusco a la vez que expulsaba humo por la boca, y lo lanzó a la venta del coche, mientras gritaba. Y con un ruido atronador, la ventana del coche se hizo añicos, y aunque algunos trozos de cristales le llegaron, no le importó.
-¡Eh, tú! ¿Qué coño le has hecho a mi coche?