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jueves, 26 de julio de 2012

Capítulo 1



Habitación número 261. El silencio de aquella habitación sólo lo rompían el pequeño ventilador que tenían los tubos que la ayudaban a seguir respirando y el cardioscopio que marcaba sus latidos. Él la agarraba la mano inerte mientras le daba apretones. Su hermana. Su hermanita. La puerta se abrió, y pasó una enfermera de traje verde, como el que llevaba su hermana.
-Disculpe, se acabó el horario de visitas. 
Ni si quiera se giró para mirarla. Acarició la cara de su hermana con la mano libre, mientras se acercaba sus nudillos a los labios, a modo de despedida.
-Volveré mañana.-la susurró, e ignorando a la enfermera que espera a que se fuera dentro de la sala, se fue. Era el último en salir del hospital. No había nadie por los pasillos, ya era tarde para estar allí, solo se cruzó con una enfermera que llevaba unas bolsas con suero antes de salir.
Siempre que salía de visitar a su hermana se ponía de malhumor. En ese momento solo quería pegar a alguien, romperle la cara al imbécil que le hizo eso. "Como si eso no lo hubiese hecho ya", pensó. Pero aún así necesitaba un desahogo. Se montó en el coche y aceleró. Se saltó semáforos y pasos de cebra. Apretaba el volante con fuerza, con más fuerza con la que apretaba su mandíbula, si eso es posible. El sol se despedía por el oeste y las farolas se empezaron a encender. Él seguía corriendo con el coche, y según indicaba el velocímetro, pasaba los 160. Solo se detuvo, cuando las ganas de fumarse un cigarrillo pudieron con él. Se paró en frente de un edificio de casa viejas. Se apoyó en la puerta de su coche mientras observaba como el humo del cigarro bailaba hacia el cielo. Sentía rabia e impotencia. Su hermana, con sólo 16 putos años, y ya dependiendo de una máquina para vivir, y él no podía hacer nada para ayudarla. ¿Qué daría él en ese momento por verla sonreír? No podía aguantar más esa rabia. Se giró y lo vio. Un coche, un coche viejo ahí, sin dueño, y sabía que iba a desahogarse con él. Agarró un pedrusco a la vez que expulsaba humo por la boca, y lo lanzó a la venta del coche, mientras gritaba. Y con un ruido atronador, la ventana del coche se hizo añicos, y aunque algunos trozos de cristales le llegaron, no le importó.
-¡Eh, tú! ¿Qué coño le has hecho a mi coche?

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